Robots, automatización y trabajo asalariado (parte III)

Los límites a la revalorización del capital

Hasta este momento hemos estado siguiendo el hilo argumental de los encargados de publicitar la automatización; hemos expuesto sus advertencias (parte I) y sus soluciones (parte II) y les hemos hecho una crítica desde el punto de vista de los intereses de los asalariados.

Pero antes de terminar este artículo vamos a intentar averiguar si la teoría marxista pone límites o no a la progresiva sustitución de trabajo humano por máquinas y, en caso de haberlos, en qué punto podríamos encontrarnos en la actualidad.

Desde la perspectiva marxista existen dos fuerzas contradictorias operando en la transformación de trabajo humano en tecnología. Una de ellas es la del interés inmediato del capitalista, que es la que hemos esbozado varias veces en las dos partes anteriores de este texto. La segunda se deriva de la anterior, pero juega en contra de la obtención de beneficios. Dado que opera a un ritmo más lento que la anterior y además se puede ver retrasada por factores internos al propio proceso y por situaciones o eventos externos, es más difícil de identificar. Veamos ambas fuerzas brevemente.

Como decíamos, por un lado está el efecto inmediato buscado por el capitalista. Según lo expusimos en la parte I y II, cuando se invierte en medios tecnológicos es para conseguir que cada unidad de producto baje de valor. Para que ello ocurra, la nueva tecnología debe permitir aumentar la producción que genera cada trabajador, pero solo de tal forma que la parte de capital inicial que se invierte en tecnología (o trabajo muerto) por unidad de producto sea inferior al capital invertido en salarios (trabajo vivo) que desplaza. También explicamos cómo el primer capitalista que aplica la nueva técnica no persigue la bajada del valor del producto por sí misma, sino en función de que eso le permite obtener un beneficio extraordinario mientras los demás productores se ponen a su altura. El proceso completo se cierra, además, con un efecto adicional a largo plazo que beneficia a todos los capitalistas: cuando los productos que forman parte del consumo de los trabajadores van bajando debido a la incorporación de estas mejoras técnicas, a largo plazo esos trabajadores podrán vivir con un sueldo inferior, pues todo lo que necesitan comprar para reproducirse habrá bajado de precio. Ahora bien, dado que trabajan el mismo número de horas, las horas que ya no trabajan para su reproducción son horas de más que obtiene el capitalista. Es lo que se conoce como el aumento de la plusvalía relativa.

Pero por otro lado se produce un proceso en dirección contraria que dificulta nuevas subidas de beneficios posteriores. Con el paso del tiempo, la proporción de tecnología (la inversión en máquinas) va aumentando en cada producto a costa del trabajo añadido por los trabajadores (la inversión en salarios). Sin embargo, solo el trabajo vivo de los trabajadores produce valor, y por tanto solo él puede ser fuente de beneficios, ya que la parte correspondiente a las máquinas no hace más que trasladarse sin incremento al valor del producto final. Así pues, desde este segundo enfoque, el proceso es a largo plazo suicida para el capital, ya que está reduciendo de forma progresiva precisamente el componente de la inversión que crea valor nuevo.

Hay varios factores que intervienen para que estos dos movimientos opuestos se puedan reajustar durante años o décadas sin que el beneficio llegue a ser cero. Por ejemplo, el abaratamiento de los productos puede hacer que crezca su consumo, con lo que se compensa la proporción descendente de nuevo valor en cada unidad producida con la venta de muchas más unidades. O puede ocurrir que los productos que se abaratan sean a su vez la maquinaria que necesita otro capitalista, algo que hace que la inversión necesaria en tecnología no crezca a un ritmo insostenible. Por último, también ocurre un alivio del problema cuando el número de inversores en cada sector se va reduciendo debido a que cada vez hace falta una inversión mayor en maquinaria para poder competir. De esta manera, el capital se concentra en empresas más grandes que pueden optar a optimizar la producción y acceder a mercados ampliados.

Y si los factores contrarrestantes que hemos enumerado hasta ahora actúan desde dentro -desde el mismo nivel que la fuerza básica a la que frenan-, también pueden aparecer otros factores que ocasionalmente echan una mano desde fuera. Es lo que ocurrió, por ejemplo, cuando la incorporación en los últimos cuarenta años de los más de mil millones de trabajadores de China, India y del este de Europa al mercado mundial consiguió aumentar la masa de beneficios sin necesidad de nuevas tecnologías.

Pero lo importante es que, a largo plazo y superados los efectos de estos factores contrarrestantes y alteraciones ocasionales, el proceso de conversión de trabajo vivo en tecnología sigue actuando poquito a poco, haciendo más difícil sucesivamente que el inversor pueda incrementar su ganancia al mismo ritmo que su inversión. Esto es lo que se conoce con el nombre de descenso tendencial de la tasa de ganancia.

Pues bien, cuando tenemos en cuenta el descenso tendencial de la tasa de ganancia se explican gran parte de los preocupantes fenómenos económicos que hemos observado en la economía en las últimas décadas. Por ejemplo, entendemos que la crisis que se desató en los años setenta del pasado siglo no fue más que el primer aviso de este fenómeno, después de que la destrucción de la Segunda Guerra Mundial pusiera el contador a cero tras la Gran Depresión de 1929 e impulsara un período de crecimiento sostenido. Tras los años setenta, para poder compensar el efecto del descenso tendencial de la tasa de ganancia han hecho falta varios reajustes del sistema capitalista cuyo efecto era más o menos temporal, requiriendo siempre de nuevos ajustes posteriores. Podemos incluir en este apartado las bajadas de salarios (directos e indirectos) introducidos por el neoliberalismo a principios de los ochenta, la eclosión del capital financiero, la incorporación del Europa del Este, China e India al mercado mundial, o los incrementos de productividad debidos a los ordenadores y a Internet, etc.

En cualquier caso, cada uno de estos factores era absorbido insaciablemente por el sistema, y en cuestión de una década se pasaba su efecto, requiriéndose del siguiente. Los más de diez años transcurridos desde la gran crisis de 2008 ponen de manifiesto la ausencia de factores nuevos que sacrificar a mayor gloria del mercado, con lo que los bajos tipos de interés y la presión a la baja sobre salarios y condiciones laborales han sido el único respirador que ha mantenido con vida al maltrecho mercado durante estos diez años de parón.

Ahora podemos entender en qué contexto y con qué perspectivas aparece la nueva ola de automatización enriquecida con la inteligencia artificial. En ningún caso se busca una mejora en las condiciones de vida o una revolución que ponga en marcha de una vez por todas el motor del mercado. No se busca más que echar una nueva paletada de carbón a la caldera de la productividad, un revivir las llamas que permita aumentar todo lo posible la masa de ganancias, sin tener una idea clara de si esa paletada va a permitir renquear cinco años con un desempleo alto o si va a provocar una revitalización brillante antes de estallar en la forma de una nueva burbuja.

Lo único que podemos dar por seguro es que estas mejoras debidas a la nueva automatización se convertirán en el nuevo estándar de producción social, reduciendo las horas de trabajo socialmente necesario para que el sistema se reproduzca en cada ciclo. Si durante unos años estas mejoras insuflan un poco de aliento y permiten un pico de trabajo momentáneo, ese efecto será absorbido a medio plazo, con lo que el resultado neto será peor que el actual: menos personas trabajando menos tiempo serán suficientes para producir todo lo que el sistema puede consumir. Al mismo tiempo, una inversión creciente en maquinaria incrementará el capital mínimo necesario para obtener un beneficio proporcionalmente más difícil de conseguir. Esto acentuará la situación, ya detectable hoy día, de que el capital se quede bloqueado al no saber a dónde acudir a invertirse con el beneficio mínimo esperado. Se produce así la paradoja de capital inactivo y gente desempleada que no consigue vender su fuerza de trabajo ni actuar como consumidores.

Antes de cerrar este análisis, no queremos abandonar la sección sin intentar aclarar un nuevo malentendido que se difunde incluso desde posiciones progresistas. Nos estamos refiriendo a la afirmación, muy extendida a raíz de esta nueva ola tecnológica, de que el “el capital ya no necesita el trabajo humano”. Si seguimos la argumentación mantenida hasta ahora, veremos que esta afirmación no hace sino poner de manifiesto la incapacidad del reformismo para poder explicar lo que está pasando a nuestro alrededor y, como consecuencia inmediata, su imposibilidad de aportar soluciones.

De lo dicho hasta ahora es fácil deducir que nosotros no pensamos que el capital necesite el trabajo humano ni más ni menos que antes, sino que somos mucho más rotundos: el capital no tendría razón de ser sin trabajo humano vivo, ya que es la única fuente de creación de valor. La fracción de trabajo humano que un capitalista arrebata a sus asalariados es la materia que compone el plusvalor que eleva su capital, y el capital solo es capital si puede crecer. Si no hay trabajo asalariado, no hay plustrabajo, y sin él no hay plusvalía, con lo que las posesiones del capitalista no serían nada más que hierros oxidándose, algoritmos sin ejecutarse, terabytes de datos ocupando discos duros y dinero devaluándose. Y que quede claro, cuando hablamos de trabajo nos referimos, como no, a trabajo en una fábrica, sí, pero también en un invernadero, en un centro logístico o en el departamento de sistemas de la información de un banco. Lo mismo que por trabajo asalariado no nos limitamos a la definición del mismo que este mes decidan aplicar los jueces de lo laboral: partimos del concepto general de que asalariada es cualquier persona que no sea propietaria de los medios de producción que utiliza para trabajar. Y en esta definición entran los trabajadores por cuenta ajena, los falsos autónomos, los raiders o cualquier otra categoría con la que la picaresca patronal pretenda reducir su gasto en salarios directos o cotizaciones sociales.

Tal y como hemos explicado, no hay que confundir la proporción más pequeña de trabajo humano vivo en cada producto con que no sea precisamente esa proporción la que supone el beneficio del capitalista. La dificultad del capital para sostener sus beneficios se complementa con la necesidad de una mayor explotación, que a su vez se manifiesta en los menores salarios y la mayor precariedad que tiene que soportar la clase trabajadora. A diferencia del discurso reformista, el análisis marxista no necesita recurrir a la aparición sorpresiva de unos malvados ideólogos neoliberales o de una casta especial de capitalistas financieros para explicar los males de los trabajadores (ni nos basta con su desaparición para liberarnos). El capitalismo productor de bienes y servicios que tanto parecen añorar los reformistas, lleva dentro de sí la semilla que, a la larga, hace necesarias esas nuevas manifestaciones que tanto les horroriza, así como la agudización de nuestra explotación.

La necesidad y la inevitabilidad de la lucha de los trabajadores

Hasta este momento hemos analizado desde una perspectiva crítica los informes elaborados por los distintos organismos que hemos utilizado como base. Hemos afirmado que su enfoque es ideológico y de clase, el nuestro también. Nosotros no lo escondemos, ellos sí. Pero ante los argumentos utilizados por su parte hemos intentado buscar si existe un soporte o no, y ver si nuestra teoría da una explicación más plausible que la aportada por ellos. Sin embargo, hay un aspecto en el que las afirmaciones que hacen no pueden ser consideradas más que mentiras. Y ello ocurre cada vez que entran a explicar las mejoras asentadas por la lucha de los trabajadores en las legislaciones laborales.

La primera mitad del siglo XIX supuso un incremento de la productividad mientras los salarios reales bajaban. Eran los momentos más crudos de las fábricas inglesas que relata Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra. Sin embargo, según el MGI, en 1850 se produjo un cambio de tendencia en un tiempo “de reformas substanciales, incluyendo el derecho a la sindicación, limitaciones al trabajo infantil, la introducción de centros de enseñanza media públicos […] y la extensión del derecho al voto a los trabajadores sin tierra”. El MGI no explica que en 1848 se produjo una violenta reacción revolucionaria a lo largo de toda Europa que solo terminó con la matanza de más de 3000 trabajadores durante las jornadas de junio en París (ver bibliografía de Marx y Hobsbawm). Los historiadores coinciden en señalar esa erupción paneuropea como la primera manifestación de un movimiento obrero organizado. Es decir, el período de 50 años de bajada de salarios no termina por una política altruista de “reformas”, sino por la presión de la lucha de clases, por primera vez organizada.

Vuelve a repetirse la interpretación tendenciosa cuando se entra a hablar de la instauración de la jornada de ocho horas, una sección que, en su documento, encabezan con una cita extemporánea de Keynes del año 1930 y finalizan con la afirmación de que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sancionó la jornada de ocho horas que hoy conocemos al convertirla en un estándar internacional. No menciona el informe que la reclamación de la jornada de ocho horas ya figura entre las demandas de la Primera Internacional en 1866, y que el “estándar” de la OIT solo se establece en 1919, dos años después de que la Unión Soviética hubiera establecido esa jornada laboral a los cuatro días del triunfo de la Revolución de Octubre y el mismo año en que el capital había vuelto a aplastar con sangre otra revolución, esta vez la Revolución Espartaquista en Alemania.

Por último, el informe tiene la desfachatez de afirmar que la jornada laboral sigue descendiendo como consecuencia de la automatización y del cambio de la sociedad industrial a la sociedad de los servicios. Solo después de soltar esa propaganda, el informe pasa a reconocer que en ese “descenso” de la jornada laboral están teniendo en cuenta los contratos a tiempo parcial, y que no todos los trabajadores que se rigen por ellos los han solicitado. De hecho, alrededor de un millón y medio de personas declaran trabajar a tiempo parcial en nuestro país solo por no poder encontrar un trabajo a jornada completa. Según los informes de los portavoces del capital están disfrutando de más tiempo libre.

El capital puede incrementar la plusvalía de dos formas. La primera es muy sencilla, basta con hacernos trabajar más horas o con más intensidad. Este método se puede aplicar con más facilidad cuando el miedo a perder el empleo es más alto. Es lo que ha estado ocurriendo durante los años de la crisis, y es el método barato (sin necesidad de invertir en tecnología) con el que las reformas de Zapatero y Rajoy han contribuido para sacar al capitalismo español de la crisis. Todos sabemos que este mecanismo irá fraguando en su interior las luchas para que esa sobreexplotación manifiesta se detenga.

La otra forma es la que hemos estado estudiando en este mismo artículo y que hemos identificado como incremento de la plusvalía relativa. Cuando el capital invierte en tecnología es para incrementar la producción por trabajador. Este aumento de productividad es más difícil de percibir, ya que los trabajadores que conservan su puesto de trabajo trabajan las mismas horas aunque produzcan más (sí que pueden darse cuenta de que menos compañeros producen tanto como la anterior plantilla más grande). Con el paso del tiempo, la bajada progresiva de todos los productos de consumo del mercado hará parecer a los trabajadores que sus sueldos rinden lo mismo -o más- aunque no les hayan subido el salario en varios años. Si el trabajador no reacciona de forma organizada, todo el incremento de la productividad se lo habrá llevado el empresario.

Cuando los trabajadores de la Europa de 1850 o del mundo a principios del siglo XX se enfrentaron organizados al capitalismo, consiguieron que este les restaurara parte de la productividad de la que se había estado apropiando en solitario en los períodos anteriores. Es decir, tanto frente a la sobreexplotación evidente como frente a los incrementos de la productividad perdidos, la única respuesta de la clase trabajadora es la confrontación. Mientras esta no tenga lugar se irán perdiendo posiciones. Como hemos visto al dar la vuelta a los ejemplos trucados que nos presentaban los documentos que estamos analizando, la credibilidad de la amenaza es fundamental para que el capital ceda. Un ejemplo cercano y relativamente reciente lo tenemos en nuestro país: nunca hemos tenido una legislación laboral más favorable a los trabajadores que la Ley de Relaciones Laborales de 1976, una ley arrancada a un criminal como Arias Navarro en un momento en que los sindicatos estaban ilegalizados. Pero para ello fue necesario que el sistema sintiera la amenaza, y no sin que antes respondiera con los asesinatos de Vitoria y de Basauri.

La amenaza actual de la automatización es muy grande. Los propios informes del capital así lo afirman. Y si lo hacen con tanto descaro es porque no temen una contestación al nivel que se merece, algo fácil de constatar con solo leer el texto de análisis de la UGT, que se limita a atestiguar lo que afirman los voceros del capital sin llevar a cabo un análisis crítico de clase.

Desde el campo de la reivindicación sindical no tiene ningún sentido tratar de explicar al capital cómo podría conseguir compatibilizar su necesidad de beneficios con nuestra necesidad de supervivencia. Mucho menos enarbolando recomendaciones tales como el impuesto a los robots, la tasa Tobin, la emisión ilimitada de moneda o cualquier otra ocurrencia que prenda entre aquellos que todo lo arreglan con paños calientes. Lo que sí debemos tener claro es que no nos pueden valer las propuestas del capital. No nos vale con que nos ofrezcan unos estudios con los que “ser empleables”, ni másteres disponibles solo para quienes puedan pagárselos; queremos educación universitaria pública y gratuita hasta el último año que se pueda cursar. Rechazamos totalmente la mochila austriaca o la Renta Básica; queremos servicios públicos y protecciones sociales garantizados mientras estemos estudiando, cuando estemos enfermos o cuando nos quedemos sin empleo. No queremos que la formación de actualización durante nuestra vida laboral nos la tengamos que pagar nosotros mismos para ser rentables al siguiente capitalista; queremos que la formación necesaria durante la vida laboral sea, o bien pagada por el empresario, o tan gratuita y pública como la que exijimos antes de empezar a trabajar. No aceptamos recortes en las pensiones ni pactos en Toledo; ninguna pensión puede ser inferior al salario mínimo. No aceptamos que el trabajo sea un bien escaso; la duración de la vida y de la jornada laboral se ajustará para que haya trabajo para todos.

En el terreno de las luchas concretas va a hacer falta una atención especial a la posible expulsión del mercado laboral de un porcentaje alto de los trabajadores y trabajadoras con un nivel de estudios inferior a la Formación Profesional. Un problema que se acrecienta día a día cuando el nivel de fracaso educativo (no de fracaso escolar) se sitúa por encima de la media de los países capitalistas avanzados. En este sentido, no hay que olvidar la lucha por una enseñanza pública, de calidad, en todos los niveles académicos y con ingresos garantizados para el estudiante. Una educación que debe prestar atención también a aquellos que se quieren volver a incorporar más allá de la edad de enseñanza obligatoria.

El socialismo como único marco alternativo de relación con el trabajo

La sección anterior comenzaba explicando ciertas mentiras habituales con las que los portavoces del capitalismo intentan embellecer su pasado, disfrazando como concesiones de este modo de producción lo que no son más que derechos arrancados por los trabajadores con grandes sacrificios. Unos derechos que, con mucha frecuencia, se desdibujan con el paso del tiempo o que directamente llegan a perderse cuando la correlación de fuerzas o el castigo de la crisis hace retroceder a la clase trabajadora.

Pero la tergiversación del pasado tiene su proyección en las mentiras sobre el futuro. Los informes sobre la automatización -que no escatiman adjetivos sobre lo dura que puede llegar a ser la transición- no se olvidan nunca de recordar que el sacrificio tendrá su premio, pues la automatización de las tareas de menos valor añadido nos dejarán más tiempo para disfrutar de nuestras familias o para abordar trabajos mucho más gratificantes y creativos.

En realidad esto no ocurre así. Y podemos afirmar eso no porque lo demuestre el pasado, sino porque las reglas internas del capitalismo imposibilitan que esto ocurra. Si se consiguió mejorar las condiciones de explotación en los veinte años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, fue por la combinación excepcional de dos factores: 1) porque el capital podía (la facilidad del crecimiento de los beneficios empresariales fruto de la reconstrucción de la posguerra) y 2) por la fuerza de la que hacían gala los trabajadores (el nivel de conciencia, la organización partisana y el poder de los PCs respaldados por la URSS). Cuando los beneficios empezaron a menguar en la segunda mitad de los sesenta, el armisticio se rompió: la crisis del petroleo sirvió como detonante, y el cambio a las llamadas políticas neoliberales fue la respuesta de contraataque del capital. Un nombre, el de políticas neoliberales, que da apariencia de sistema de pensamiento a lo que no es más que una colección de teorías y de prácticas encaminadas a aumentar la explotación en extensión (tanto en territorios como en sectores) y en intensidad (incremento de la plusvalía absoluta). Desde entonces, la necesidad de que el capital crezca -algo que es el único motor del sistema- ha hecho necesario que los trabajadores vayamos perdiendo una tras otra lo que nunca dejaron de ser concesiones temporales.

Así, tras un paréntesis que no llegó a tres décadas, volvieron a actuar a pleno rendimiento dos fuerzas que son incompatibles con cualquier mejora en las condiciones de vida generalizadas. Por un lado, el mantenimiento de los beneficios absorbe todo el aumento de la productividad posible, lo que da lugar a que los salarios reales se estanquen, mientras que los salarios indirectos y diferidos -en forma de prestaciones sociales y pensiones- retroceden a pasos agigantados. Por otro lado, solo la demanda solvente es tenida en cuenta. Ello quiere decir que, habiendo un porcentaje muy alto de trabajadores deseando entrar al mercado laboral o trabajando en precario, no se cuenta con su participación como trabajadores ni como consumidores, ya que satisfacer sus necesidades no generaría los beneficios mínimos que justificarían la inversión de un capitalista. De esta forma se explica una situación tan frecuente en nuestros días: la convivencia de bolsas de paro o subempleo con capitales ociosos que no encuentran lo que ellos consideran inversiones suficientemente rentables.

Así pues, el capitalismo crea expectativas que es incapaz de cumplir. En el terreno político, se presentó como adalid de la democracia sin adjetivos, solo para acabar demostrando que no tenía nada más que ofrecer que la democracia burguesa; una democracia vacía cuando solo unos pocos son propietarios de los medios de producción y la inmensa mayoría depende para sobrevivir de la venta de su fuerza de trabajo. En palabras de Maxi Nieto: “Dado que la independencia material del individuo es condición de su libertad, en ausencia de aquella para esa mayoría de la población que necesita vender su fuerza de trabajo para poder subsistir, se imponen nuevas servidumbres de clase en sustitución de las feudales. De ese modo, el derecho y el Estado de todos los ciudadanos que proclama la teoría política moderna, resulta ser en la práctica el derecho y el Estado de una determinada clase. Pero aparte de esta obstrucción material, el principio democrático también se encuentra formalmente violado en los marcos jurídico-políticos actuales por todo tipo de fraudes y restricciones a las libertades y derechos. Esto obedece a la posición defensiva de la burguesía como nueva clase dominante frente al movimiento obrero; en el extremo, cuando la seguridad de la burguesía como clase no resulta compatible con el mantenimiento de ciertas libertades democráticas, procede a suspenderlas transitoriamente hasta que logre recomponer las bases de su dominio.

Y si el capitalismo defrauda las propias expectativas políticas que él mismo crea, también lo hace con las expectativas materiales. Esto es algo que queda oculto en el discurso de los publicistas de la automatización, al realizar su análisis sin ninguna referencia a un contexto histórico o social, dando a entender que las sombrasdel progreso tecnológico son consecuencias inevitables del mismo y no la forma de manifestarse éste dentro de unas relaciones de producción determinadas. Volviendo a Nieto: “Ciertamente el capital impulsa el desarrollo de las fuerzas productivas —promueve la tecnificación del proceso productivo y eleva la productividad general del trabajo—, pero lo hace de forma anárquica, a través de expansiones y crisis recurrentes, con un inmenso desperdicio de recursos materiales y humanos, y todo ello además sobre la base de la explotación del trabajo, de un modo, en definitiva, que impide el control social de esas fuerzas y la orientación del desarrollo económico hacia objetivos democráticamente establecidos, pues son las necesidades humanas las que se subordinan en todo momento a la lógica ciega de la valorización y la acumulación compulsiva.

En ningún momento hemos pretendido en este trabajo estar en contra de los avances productivos, pero sí que afirmamos que dichos avances no son en modo alguno garantía de una vida mejor para los trabajadores dentro del capitalismo. A corto y a medio plazo pueden ser el disparador de una nueva ola de paro y precariedad y, a largo plazo, suponer una vuelta de tuerca adicional a la dificultad para obtener beneficios, provocando así la siguiente ronda de crisis y sobreexplotación. Por eso mismo no podemos más que catalogar como publicidad, ignorancia o engaño a aquellos discursos que afirman que los avances tecnológicos abren el camino hacia un capitalismo mejor, ya vengan esos discursos del liberalismo, del reformismo o del utopismo conciliador que nunca ha dejado de existir -si es que no son la misma cosa-.

El socialismo se presenta así como la única posibilidad de hacer valer las promesas que la burguesía gusta de evocar cuando necesita del apoyo momentáneo de los que solo disponen de su fuerza de trabajo física e intelectual. Pero hacerlas efectivas requiere precisamente de la pérdida de los privilegios de clase de los capitalistas, algo que sólo podrá ocurrir como desposesión y nunca como renuncia, como superación del sistema y no como evolución del mismo. Hemos visto cómo el capitalismo incuba en su interior fuerzas contradictorias que, mientras le hacen extenderse y profundizar su dominio, le hacen cada vez más incapaz de satisfacer las expectativas que podría generar. No es fácil saber cómo y cuándo podrían alcanzar un punto de ruptura esas contradicciones materiales y sociales y, por desgracia, no hay ninguna ley que establezca que, en ese momento, el cambio deba ir dirigido hacia al socialismo o se desborde en la dirección de la reacción.

Desde esta perspectiva es fundamental volver a pensar en el socialismo, a resituarlo como objetivo e ideal de los trabajadores. La historia del siglo XX llevó a que la clase trabajadora volcara sus esperanzas en un socialismo realmente existente, sin percibir en qué momento lo “realmente existente” se impuso sobre la esencia del socialismo. Curiosamente la lección se entendió al revés, y las sucesivas escaramuzas progresistas mantuvieron precisamente los componentes ajenos al socialismo y descartaron a este como causa de la derrota. Nos encontramos así con los socialismos de mercado, el socialismo del siglo XXI, los altermundismos, etc. como supuestos herederos cada vez más deformados de algo que nunca fue. En esta situación es aconsejable volver a pensar desde los orígenes, no para comenzar desde cero, sino para volver a empezar con todo un siglo de avances, experiencias y retrocesos en los que contrastar lo que hacemos. El socialismo siempre fue sinónimo de democracia, humanismo, conocimiento y progreso, y desde esos ejes sí es posible articular un mundo en el que los avances tecnológicos -mediados por su respeto a los límites del planeta- sean utilizados para que todos y todas trabajemos menos y vivamos mejor.

por Duval para Crónica de Clase

Bibliografía (para las tres partes)

Qué informes hemos tomado como referencia para las cifras

En los diez últimos años se han publicado muchos trabajos académicos, divulgativos y formadores de opinión sobre los posibles efectos de la automatización sobre el empleo. Algunos de ellos postulan nuevas metodologías y algunos las combinan, corrigiéndose así unos a otros en proporciones nada desdeñables.

Nuestro interés no está en la demagogia o el alarmismo, así que hemos optado por dar preferencia a los trabajos que ofrecen cifras más moderadas, o que presentan varios escenarios de distinta intensidad. También nos han interesado especialmente aquellos que brindan soluciones o consejos a los poderes públicos, pues creemos que una función nada desdeñable de estos trabajos está más volcada en crear opinión que en presentar datos neutros.

Informes:

– Comisión Europea; Report of the high-Level expert group on The Impact of the Digital Transformation on EU Labour Markets; Abril 2019

– McKinsey Global Institute; Jobs lost, jobs gained: workforce transitions in a time of automation; Diciembre 2017

– ; A future that works; Enero 2017

– ; Where machines could replace humans – and where they can’t (yet); Octubre 2016; https://public.tableau.com/en-us/s/gallery/where-machines-could-replace-humans

– Nedelkoska, Ljubica; Quintini, Glenda; OCDE – Automation, skills use and training; 2018

– World Economic Forum; The Future of Work Report 2018; 2018

– Unión General de Trabajadores; Impacto de la automatización en el empleo en España, 2018. Este documento de la UGT nos parece útil porque reúne un extenso listado de informes de organizaciones internacionales, creadores de opinión y grupos de presión del capital. Sin embargo, a nuestro parecer se limita a resumir sus puntos de vista y recomendaciones, sin oponerles la necesaria crítica.

Libros, artículos y enlaces de apoyo:

– Astarita, Rolando; Plusvalía relativa e inflación; 2016. Aquí se puede consultar qué es la plusvalía extraordinaria que obtiene un capitalista cuando es el primero en adoptar una tecnología.

– Cibcom.org; Ciber-comunismo; Sitio web dedicado al estudio de la planificación socialista desde la perspectiva de las tecnologías actuales. https://cibcom.org/

– Engels, Friedrick; La situación de la clase obrera en Inglaterra; 1845; disponible en marxists.org: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/situacion/index.htm

– Gobierno de España; Agenda del Cambio; Febrero 2019; http://www.mineco.gob.es/stfls/mineco/ministerio/ficheros/190208_agenda_del_cambio.pdf

– Marx, Karl; El Capital, libro primero; Ed. Siglo XXI, 2017

– ; Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/francia/index.htm

– ; El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. En este libro Marx retoma los acontecimientos de 1848 y continúa el análisis hasta finales de 1851. Como señaló Engels en un prólogo elaborado unos años más tarde, “Fue precisamente Marx el primero que descubrió […] la ley según la cual todas las luchas históricas, ya se desarrollen en el terreno político, en el religioso, en el filosófico o en otro terreno ideológico cualquiera, no son, en realidad, mas que la expresión más o menos clara de luchas entre clases sociales”. Un indispensable. Disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm

– Marx, Karl y Engels Friedrich; El Capital, libro tercero; Ed. Siglo XXI, 2017

– Nieto Fernández, Maxi; Cómo funciona la economía capitalista; Escolar y Mayo editores, 2015

– Polanyi, Karl; La gran transformación; Fondo de Cultura Económica, 2003